lunes, 8 de agosto de 2011

¿Hay horarios?

Una de la mañana del viernes (o del sábado para los exquisitos que dicen que el día cambia cuando se pasan las 12 de la noche; no jodan, los días así se toman en cumpleaños, navidad y año nuevo nada más). Tengo hambre (sí, cené pero sigo teniendo hambre). ¿Cocino o es muy tarde para cocinarme algo? (aclaremos: cocinar en mi caso no es hacer ravioles con alguna salsa elaborada -y aclaro más, una salsa elaborada en mi idioma sería de esas que ya fueron hechas por alguna empresa multinacional- ni tampoco hacer un pollo al verdeo; nada de eso, cocinar para mi es hacer salchichas o una milanga). ¿Por qué hay horarios para todo? A las 9-10 se come; a las 11-12 empiezo a ir de un lado para otro para ver si se sale (recordemos que es viernes); a la 1-2 estoy haciendo una fila para entrar a un lugar a escuchar el tan preciado reggaeton; a las 3-4 ya estoy de brazos cruzados porque no me cabe para nada el lugar o, si hubo alguna ingesta de alcohol, estoy moviendo la cabeza y danzando kuduramente (era en portugués al final), etc...etc...

   Pasó el tiempo. Me había quedado pensando en las rutinas. Son la 1.30

   Basta de pensar. Acción: me voy a cocinar. Abro el freezer (traducción: Free=libre zer=José de Zer=Periodista; Freezer = Periodismo libre = ¿Clarín?). Retomo. Abro el freezer (o clarín), no hay nada (que redundancia) que pueda manejar. La concha de la lora, pienso. Veo a chester (mi perro). No, no lo voy a cocinar. Requiere mucha elaboración. ¿Hay galletitas? No. La concha de la lora. Voy a mi habitación haber si hay alguna sobra de galletitas. No hay. Veo una rata (¿o fue mi imaginación?). No, requiere mucha elaboración. Veo la cama. La concha de la lora, tengo hambre no quiero dormir. Son 1.45 del viernes (o sábado para que no rompan las pelotas). ¿Por qué el chino cierra a las 22? Me cago en el que inventó los horarios para todo. Veo a Chester (mi perro). Algun día se va a morir. Pero no. No me lo voy a comer. Voy a la computadora. Les digo (o escribo, para los que viven corrigiendo) a algunas personas (¿son personas?) que tengo hambre. Una me habla de un chocolate capitalísticamente aireado (¿un chocolate aireado? ¡El futuro llegó hace rato, nos venden hasta el aire!). Andate a cagar. No, yo no puedo cagar porque no comí nada. Pienso: tengo hambre. Mi estómago piensa en las galletitas de la tarde (¿por qué terminé el paquete?). Prendo la tele. Paso dos canales. Uno es Crónica: "Denunciaron a kioskero por varios casos de abuso sexual. Quemaron la casa y el auto de supuesto acusado". La concha de la lora, acá no hay un puto kiosko abierto. Si viviera en Moscú, en este momento serían las 8.55 de la mañana y todo estaría abierto. ¿Tendré hambre a esa hora todavía? Si viviera en Moscú, ¿serían las 8.55 o la 1.55? Si muero a la 1.55 de acá, ¿habré vivido siete horas más para los moscovitas? Tengo hambre. ¿No es que con hambre no se puede pensar? La concha de la lora. Ni con hambre se me va esta vocecita de la cabeza. Voy a la heladera. Qué pelotudo, antes fui al freezer (o al clarín, para los quisquillosos) directamente. ¿Dónde están los danettes que compraron ayer? Hay huevos en la puerta. ¿Fritos o pasados por agua? Qué pregunta pelotuda, digna de la que se le hace al emo de Capussotto. ¡¡¡Voy a comer, la concha de la lora!!!
   ¿Te di hambre? Seguramente no, lo único que te da hambre son esos afiches que muestran una hamburguesa gigante. Pero igual, ojo, fijate la hora antes de comer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario