sábado, 4 de junio de 2011

Mi historia del pelo

Todo empieza un tiempo atrás, antes de pisar ese lugar comercial con pelos en el piso -¿se imaginan entrar a un supermercado y ver pelos tirados por cualquier parte? Todos se escandalizarían. Pero a los peluqueros no les decimos nada, ni mu. Gozan de una inmunidad unánime por parte de nosotros, la sociedad: ¿por qué somos tan estrictos para reclamarle limpieza a un supermercado coreano y tan suaves para con una peluquería?-. Desde antes de tener que ir a ese lugar ya siento que el mundo se viene abajo. Es en aquel instante en el que salgo de bañarme, me miro en el espejo del baño y me digo: "uh, la concha de la lora, tengo que ir a la peluquería". Sí, lo digo con una puteada adelante porque no me gusta un carajo tener que ir ahí. Después de ese primer momento en que advierto la necesidad de cortarme el pelo al notar que tengo que peinármelo porque si no en el bondi me van a mirar raro esos viejos que de igual manera van a encontrar algo malo en mí para criticarme, pasan un par de semanas hasta que finalmente junto el coraje necesario para ir. Es un proceso complicado: primero tengo que aceptar que tengo que ir a la peluquería, después me quejo hasta cansar a todos con frases como "uh la puta madre, tengo el pelo re largo", debo interiorizarme cómo será el encuentro con el sujeto de las tijeras, cómo evitar que el otro diga comentarios sectarios, cómo parecer amable. En síntesis: entra en mi conciencia un proceso cansador, de varios días, hasta que resuelvo dedicarle un día entero para ir a la peluquería. Programo el día alrededor de eso. No es que voy a la peluquería como quien va al kiosko a comprarse un uvasal porque la resaca es atroz. Nada de eso.
    Y finalmente voy. Piso fuerte ese lugar como para marcar presencia. Desde el primer segundo, entran por mis oídos una música que no es mi preferida. Me hago el sordo para no generar una trifulca al cuete y avanzo hacia la muchacha que hace las veces de recepcionista -lindo laburo pegó eh; atiende el teléfono que no suena casi nunca, saluda a la gente con una fasla alegría y nada más-. Me anuncio con una frase un poco extraña: "¿hay mucha gente para cortarse el pelo?". Yo sé que del otro lado del mostrador la mina pensó "y...¡¿no sabés contar, pelotudo?!" pero igualmente ya empieza el caretismo y me responde con una sonrisa en la cara "no no, tomá asiento que en un rato te atienden". ¡¡ME ATIENDEN!! Geniaaaal. Uno fue a cortarse el pelo nada más y ya lo hacen sentir como si estuviera en un quirófano. Acato la orden y tomo asiento. Saludo silenciosamente con la cabeza al peluquero que está atendiendo a otra persona. Seguro pensó "uh cayó este pelotudo que me viene cada tres meses" -nótese que el "uh" es vital para expresar el sentimiento de queja desde mi percepción-. La chica que me trató con una dudosa amabilidad se me acerca y me dice "¿querés que te laven el pelo?". Acepto la oferta. Me hacen subir por una angosta escalerita, me sientan, me ponen una toalla en los hombros, me reclinan la cabeza y una señorita me lava el pelo. Menos mal que es una mujer quien hace este procedimiento porque de lo contrario me sentiría muy poco hombre -y ustedes tendrían una historia más interesante para leer-. Me seco mis cabellos largos, me miro en uno de los espejos que hay por ahí -los hay por todos lados, qué narcisistas- y me retracto de haber pisado la peluquería. Pienso en escapar y quedarme con mi abundante cabellera. Inmediatamente me acobardo y bajo la escalerita angosta para dar encuentro con el peluquero.
    "¿Qué hacés, master? ¿Cómo andás?" me saluda el muchacho de las tijeras quien además es el dueño del negocio. (Entiendo su amable caretismo: el tipo tiene que vender; si no es así, se piensa que las personas no le van a volver. Renuncia a su sinceridad en pos de mejorar su empresa. Una triste realidad del capitalismo que nos envuelve.) Luego del saludo, me siento -sí, porque te viven sentando en ese lugar...¿no te pueden cortar el pelo parado? Alimentan un mundo sedentario...-, me coloca esa extraña capa que no me hace sentir como Batman pero me da seguridad ante los pelos que vuelan para todos lados y comienza con su trabajo. Sería feliz si el peluquero fuese mudo y sólo se limitara a cortarme el pelo. Pero no lo es. Y para peor, se pone a hablar de temas globales -es entendible, con un desconocido no te vas a poner a hablar de la familia-. Me dice que siempre se olvida lo que estoy estudiando, así que siempre le tengo que contar eso. Lejos de callar, sigue indagando: "ah, ¿y? ¿Te gusta lo que estás estudiando? Yo creo que es importante estar informado". Nunca le pedí su opinión. Respondo secamente como para no seguir la charla. Insiste para sacarme algún tipo de conversación y trae a colación una noticia que vio a la mañana: "¿Viste que hoy mataron a una mina? Nueve puñaladas y le robaron después. Estamos todos locos, viejo...no se puede vivr en paz ya. Yo, si tuviera el poder, mataría a todos estos negros de mierda". ¡Ja! ¡Qué buena onda! Primero que su solución al problema es lo mismo de lo que se queja, es decir, la solución al problema de la violencia es más violencia, interesante el razonamiento del jóven manos de tijeras. Y además agrega "a estos negros de mierda". Apenas termina su hermosa frase remata con un: "Pero no a los negros de piel eh...a los negros de alma". ¡Biuuuutifuuuul! ¡El alma al parecer tiene colores que denotan la bondad de las personas! ¿De dónde habrá surgido la idea de que 'lo blanco' es bueno? Ante tales dichos yo, obviamente, callé. Y sí: no me le iba a hacer el loco a un tipo que está a mis espaldas con instrumentos filosos en sus manos y que pregona la violencia. Creo que entendió que mi silencio significaba que no estaba de acuerdo. Milagrosamente, se escucha de fondo You shook me all night long de ACDC y digo "uf, qué temazo" como para no seguir ahondando en un terreno en el que nunca nos ibamos a poner de acuerdo. Me responde: "See, ACDC es una de las mejores bandas de rock...". ¡No me jodas! Y después retoma: "Este tema la rompe...Back in black". Pifió. Me hago el boludo y le digo: "Me parece que es otro...", mientras se escucha el estribillo "yeah iuuuu, shuc mi oooool naaaaait looooong....". La charla toma rumbo inesperado hacía dos minutos atrás. La música une diferencias. Nos ponemos a hablar del recital del 2009 en River. Por más que haya pifiado, el tipo demuestra saber de música. Habla de Hendrix, The Doors, Zeppelin y pasa al nacional con Riff, Divididos y Rata Blanca. Se emociona. Veo en el espejo cómo revolea sus manos, con un peine y una tijera en cada una de ellas, pienso en que no me corte la oreja mientras hace esos movimientos raros en los que imita estar tocando una guitarra imaginaria en donde la tijera cumple el rol de púa. Por primera vez en mi estadía en la peluquería sonrío verdaderamente, sin caretismos.
    Finaliza el corte. Pago, saludo y me retiro. Al final, no era tan grave ir a la peluquería.


    (Doblo la esquina y una ráfaga de viento golpea mi cara: "Qué frío que tengo la puta madre, ¿por qué mierda me corté el pelo y le pagué a un racista para que lo haga? No debe existir persona más idiota que yo".)

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